Tomado de EL TIEMPO.COM
Cuando el Gobierno anunció que Colombia podría debatir un proyecto de ley para permitir el uso de la marihuana con fines medicinales, se avivó un debate en el que todos los sectores salieron en defensa o en contra de la iniciativa. Sin embargo, si Colombia da el paso, requiere desde ya librarse de prejuicios y entender el cambio histórico con argumentos. Por eso, pacientes, médicos, productores y líderes de opinión hablan sin tapujos del tema.
1- PACIENTES.
Carmen Guerrero vive en Colón, un pueblo de 3.000 habitantes ubicado en las estribaciones del Macizo Colombiano, del lado de Putumayo.
Hace 17 años, mientras dictaba clases de ciencias naturales en el colegio municipal, sintió un mareo y un dolor de mandíbula cada vez más intenso.
Hace 17 años, mientras dictaba clases de ciencias naturales en el colegio municipal, sintió un mareo y un dolor de mandíbula cada vez más intenso.
Pensó que se trataba de una molestia dental, pero el malestar le impedía hablar, estar de pie y se había extendido a la cabeza, los brazos, las piernas y las rodillas. “Sentía como si me hubieran prendido fuego por dentro de los huesos”, recuerda.
En Colón, más que en las ciudades, la enfermedad es un suplicio. Para acceder a los servicios de especialistas, la maestra tuvo que trasladarse a Pasto y a Cali, y llegar a un centro médico en Mocoa o en municipios cercanos para que le aplicaran analgésicos, le significaba dinero, horas de recorrido y, al final, los medicamentos dejaban de surtir efecto.
Peor aún era no entender qué pasaba. Después de siete años de radiografías, exámenes de sangre y de cerebro que no arrojaban ningún resultado, la mujer fue remitida a un hospital en Bogotá donde, al fin, le dieron respuesta: “usted tiene un cuadro avanzado de esclerosis múltiple”, lo cual, en palabras castizas, significaba que la mujer padecía una enfermedad poco frecuente en la que los glóbulos blancos se confunden y atacan a la mielina, el tejido que recubre a las neuronas. Por eso el dolor, la inmovilidad, la depresión. Por eso, incluso, desistió de ser maestra.
La solución entonces fue la terapia génica, un tratamiento en proceso de experimentación que consiste en manipular los datos genéticos de las células enfermas para corregir un defecto o para dotar a las células de una nueva función que les permita superar una alteración, en este caso, la esclerosis múltiple. Cada semana, a Carmen le inyectaban una dosis de Interferón beta, la cual le hacía creer a su cuerpo que tenía una gripa fuerte, y entonces los glóbulos blancos dejaban de atacar a sus neuronas y se dedicaban a combatir el virus. El dolor intenso se iba por unos días, pero a cambio la maestra se postraba en la cama, con fiebre, depresión, escalofríos y ganas de morir. Esos eran los efectos adversos, y como no los soportó, volvió el sufrimiento.
De ser una maestra activa, madre, miembro del sindicato de docentes, líder de un grupo de mujeres indígenas de la etnia inga, Carmen ya no podía salir de su casa, dejó de caminar y el dolor era tal que varias veces pidió a gritos la eutanasia.
Sin una cura para el mal, la angustia aumentaba. “Ni siquiera el científico Stephen Hawking, con un padecimiento similar, ha podido encontrar una solución, ¿se imagina dónde tenemos nosotros la esperanza?”, se cuestiona Camilo Barrera, hijo de la maestra de Colón.
Sin embargo, en su pueblo, cuenta, le tienen más fe a las plantas medicinales que a los fármacos. Por eso, cuando le dijeron que con dos cucharadas diarias de aceite de marihuana su madre iba a estar mejor, no dudó ni un segundo en que esa planta, sagrada en el Putumayo, algo iba a hacer por ella.
Y así fue, tras seis meses de beber el jarabe, a Carmen, al menos, el dolor ya no la hace gritar; volvió a sentir hambre, y Camilo, que la vio en los huesos, pesando 30 kilos, la nota con apetito, más tranquila. Por eso, cuando se le pregunta si avalaría un proyecto de ley, como el que actualmente adelanta el senador Juan Manuel Galán, no duda en responder: “sí, sí y sí”.
Josefina Bernat, representante de Pacientes Colombia y presidenta nacional de la Fundación Colombiana de Apoyo al Reumático, lleva la mitad de su vida tratando de aliviar el dolor que le produce la artritis en sus extremidades.
De 1 a 10, dice que el grado de su malestar es 20: se le torcieron las manos, estuvo en silla de ruedas por diez años y, a veces, ni siquiera puede abrir y cerrar la mandíbula.
Ha pasado por todos los medicamentos y hasta bebió en ayunas jarabe de chuchuguaza con aguardiente, que solo le dejó una úlcera gástrica.
Siempre había escuchado del poder de la marihuana para curar los dolores, pero nunca había podido encontrar la planta. Así que un día se arriesgó y le dijo a Javier, un amigo antioqueño que le conseguía libros, si era posible que le comprara algunas hojas.
La respuesta fue la esperada: “doña Josefina, ¿usted me vio cara de traficante?”. Ella intentó explicarle que era para su artritis, que no tenía idea de dónde conseguirla y que, por favor, le ayudara, pero a cambio el librero colgó y jamás regresó a su casa.
Al final, la empleada de servicio de Josefina le llevó algunas hojas secas que mezcló con alcohol y que, sorpresivamente, surtieron efecto sobre su enfermedad. Sin embargo, en su círculo no pudo volver a encontrarlas, y hoy, a los 69 años, le queda una inquietud: “nadie habla de cómo obtuvo la marihuana en este país para no meterse en líos, pero siempre se consigue y, ¿sabe qué?, los pacientes la usamos, la necesitamos y le pedimos al Gobierno que por un momento se ponga en nuestros zapatos y la legalice para fines médicos”.
En Colón, más que en las ciudades, la enfermedad es un suplicio. Para acceder a los servicios de especialistas, la maestra tuvo que trasladarse a Pasto y a Cali, y llegar a un centro médico en Mocoa o en municipios cercanos para que le aplicaran analgésicos, le significaba dinero, horas de recorrido y, al final, los medicamentos dejaban de surtir efecto.
Peor aún era no entender qué pasaba. Después de siete años de radiografías, exámenes de sangre y de cerebro que no arrojaban ningún resultado, la mujer fue remitida a un hospital en Bogotá donde, al fin, le dieron respuesta: “usted tiene un cuadro avanzado de esclerosis múltiple”, lo cual, en palabras castizas, significaba que la mujer padecía una enfermedad poco frecuente en la que los glóbulos blancos se confunden y atacan a la mielina, el tejido que recubre a las neuronas. Por eso el dolor, la inmovilidad, la depresión. Por eso, incluso, desistió de ser maestra.
La solución entonces fue la terapia génica, un tratamiento en proceso de experimentación que consiste en manipular los datos genéticos de las células enfermas para corregir un defecto o para dotar a las células de una nueva función que les permita superar una alteración, en este caso, la esclerosis múltiple. Cada semana, a Carmen le inyectaban una dosis de Interferón beta, la cual le hacía creer a su cuerpo que tenía una gripa fuerte, y entonces los glóbulos blancos dejaban de atacar a sus neuronas y se dedicaban a combatir el virus. El dolor intenso se iba por unos días, pero a cambio la maestra se postraba en la cama, con fiebre, depresión, escalofríos y ganas de morir. Esos eran los efectos adversos, y como no los soportó, volvió el sufrimiento.
De ser una maestra activa, madre, miembro del sindicato de docentes, líder de un grupo de mujeres indígenas de la etnia inga, Carmen ya no podía salir de su casa, dejó de caminar y el dolor era tal que varias veces pidió a gritos la eutanasia.
Sin una cura para el mal, la angustia aumentaba. “Ni siquiera el científico Stephen Hawking, con un padecimiento similar, ha podido encontrar una solución, ¿se imagina dónde tenemos nosotros la esperanza?”, se cuestiona Camilo Barrera, hijo de la maestra de Colón.
Sin embargo, en su pueblo, cuenta, le tienen más fe a las plantas medicinales que a los fármacos. Por eso, cuando le dijeron que con dos cucharadas diarias de aceite de marihuana su madre iba a estar mejor, no dudó ni un segundo en que esa planta, sagrada en el Putumayo, algo iba a hacer por ella.
Y así fue, tras seis meses de beber el jarabe, a Carmen, al menos, el dolor ya no la hace gritar; volvió a sentir hambre, y Camilo, que la vio en los huesos, pesando 30 kilos, la nota con apetito, más tranquila. Por eso, cuando se le pregunta si avalaría un proyecto de ley, como el que actualmente adelanta el senador Juan Manuel Galán, no duda en responder: “sí, sí y sí”.
Josefina Bernat, representante de Pacientes Colombia y presidenta nacional de la Fundación Colombiana de Apoyo al Reumático, lleva la mitad de su vida tratando de aliviar el dolor que le produce la artritis en sus extremidades.
De 1 a 10, dice que el grado de su malestar es 20: se le torcieron las manos, estuvo en silla de ruedas por diez años y, a veces, ni siquiera puede abrir y cerrar la mandíbula.
Ha pasado por todos los medicamentos y hasta bebió en ayunas jarabe de chuchuguaza con aguardiente, que solo le dejó una úlcera gástrica.
Siempre había escuchado del poder de la marihuana para curar los dolores, pero nunca había podido encontrar la planta. Así que un día se arriesgó y le dijo a Javier, un amigo antioqueño que le conseguía libros, si era posible que le comprara algunas hojas.
La respuesta fue la esperada: “doña Josefina, ¿usted me vio cara de traficante?”. Ella intentó explicarle que era para su artritis, que no tenía idea de dónde conseguirla y que, por favor, le ayudara, pero a cambio el librero colgó y jamás regresó a su casa.
Al final, la empleada de servicio de Josefina le llevó algunas hojas secas que mezcló con alcohol y que, sorpresivamente, surtieron efecto sobre su enfermedad. Sin embargo, en su círculo no pudo volver a encontrarlas, y hoy, a los 69 años, le queda una inquietud: “nadie habla de cómo obtuvo la marihuana en este país para no meterse en líos, pero siempre se consigue y, ¿sabe qué?, los pacientes la usamos, la necesitamos y le pedimos al Gobierno que por un momento se ponga en nuestros zapatos y la legalice para fines médicos”.
2- MEDICOS.
* Franjo Grotenhermen, director ejecutivo de la Asociación Internacional por el Cannabis como Medicamento, con sede en Alemania, confirma que para las náuseas y vómitos asociados a la quimioterapia contra el cáncer, anorexia y pérdida de peso en el VIH/SIDA y, sobre todo, para el dolor de origen neurológico, en casos de esclerosis múltiple y lesiones medulares, hay gran evidencia científica del beneficio de las preparaciones a base de marihuana.
Ubier Gómez, médico especialista en farmacología y toxicología del Hospital San Vicente de Paúl, en Medellín, apoya la teoría. Según explica, entre los cientos de cannabinoides (compuestos orgánicos) que posee la marihuana y que se unen a receptores del cerebro para favorecer la liberación de dopamina (la hormona, que entre otras funciones, proporciona energía y placer) hay algunos que estimulan receptores neuronales que inhiben el vómito, aumentan el apetito o disminuyen la percepción del dolor.
Incluso, le sigue Franjo Grotenhermen, si bien no hay evidencia científica sólida que demuestre potencial terapéutico, la marihuana también ha dado señas de ser útil para aliviar los síntomas de la depresión, el glaucoma, el asma y hasta la epilepsia. De hecho, comenta, a finales del año pasado, el mundo conoció la noticia de Charlotte Figi, una niña de siete años diagnosticada con el síndrome de Dravet, un tipo de epilepsia grave que no se puede tratar con medicamentos y que le producía hasta 300 ataques a la semana, los cuales se redujeron a dos o tres mensuales con la ingesta de aceite a base de marihuana.
En el mismo sentido, Gómez dice que no ve mal alguno en que estos pacientes empleen la marihuana para fines terapéuticos. “Se trata de una alternativa económica que les devuelve el bienestar”, sugiere. Sin embargo, hace una advertencia que poco se ha tenido en cuenta en el debate de si conviene o no un proyecto de ley que permita comercializar la hierba para uso médico: “y es que no podemos confundir las aplicaciones terapéuticas de la marihuana con una panacea a la que todos podemos acceder si nos duele algo. Detrás de cada caso debe haber una justificación médica que respalde que ya se agotaron todas las alternativas posibles para tratar al paciente”.
¿Por qué? Por un lado, el delta-9-tetrahidrocannabinol (THC), la principal sustancia activa en la marihuana y la que le da su aplicación psicoactiva, estimula la producción de dopamina, genera placer y, dependiendo de los hábitos de consumo, puede llegar a producir dependencia, como cualquier adicción, aunque con síntomas de abstinencia menores, resalta Ubier Gómez. Si bien la marihuana que se utiliza para fines médicos generalmente tiene la mínima cantidad posible de THC, algo queda de la sustancia.
De otra parte, continúa el médico, los componentes de la marihuana son muy liposolubles, es decir, se unen muy firmemente a los órganos que más grasa tienen, como el cerebro, por lo cual los pacientes que la utilizan pueden experimentar daño neuronal y reducción en su rendimiento. De hecho, resalta Gómez, en Estados Unidos se venden tabletas de dronabinol, un derivado de la marihuana utilizado para tratar las náuseas causadas por la quimioterapia en personas que no han obtenido resultados con otros medicamentos. Sin embargo, en la caja se advierte en letras mayúsculas que el paciente no puede realizar ninguna actividad que requiera ánimo vigilante. Es decir, explica el toxicólogo, se confirma que la marihuana afecta la capacidad de reacción de las personas y hasta puede llevar a cuadros psicóticos.
Por eso, Gómez advierte que solo hay evidencia clara y justificada para dos presentaciones derivadas de la marihuana y solo para tres usos médicos: en pastillas o inhalada, y para un grupo muy pequeño de pacientes con esclerosis múltiple, vómitos ocasionados por la quimioterapia y pérdida de apetito a portadores del VIH/SIDA. Ni uno más. A propósito del uso artesanal de aceite de marihuana, en ungüento o para tomar, resalta que esta presentación potencializa en extremo la absorción de la marihuana y, por tanto, sus efectos no son deseados.
Jairo Moyano, profesor clínico de la Universidad de Los Andes y médico del Departamento de Anestesia (Clínica de Dolor) de la Fundación Santa Fe, advierte que la investigación respecto al uso de este producto “está en pañales”, y que si bien agradece “el interés genuino y sincero de los políticos al problema del dolor en Colombia”, no ve con claridad que se promueva en el país un uso masivo de la marihuana para fines médicos, sencillamente porque “no hay suficiente evidencia en la literatura y no hay definido un control de calidad en el país”, como sí existe sobre tabletas con componentes derivados de la marihuana en Estados Unidos, Canadá y Europa.
Los médicos se refieren al tema con máximo cuidado. Por eso, concluye el doctor Ubier Gómez que de aprobarse un proyecto de ley como el que plantea el senador Galán, el Gobierno tendría que llevar las riendas, restringir muy bien la comercialización de los productos y las direcciones seccionales de salud de cada departamento deberán verificar que no se esté presentando un abuso de la prescripción. Palabras más, palabras menos, sería la misma reglamentación que rige para sustancias como la morfina.
Ubier Gómez, médico especialista en farmacología y toxicología del Hospital San Vicente de Paúl, en Medellín, apoya la teoría. Según explica, entre los cientos de cannabinoides (compuestos orgánicos) que posee la marihuana y que se unen a receptores del cerebro para favorecer la liberación de dopamina (la hormona, que entre otras funciones, proporciona energía y placer) hay algunos que estimulan receptores neuronales que inhiben el vómito, aumentan el apetito o disminuyen la percepción del dolor.
Incluso, le sigue Franjo Grotenhermen, si bien no hay evidencia científica sólida que demuestre potencial terapéutico, la marihuana también ha dado señas de ser útil para aliviar los síntomas de la depresión, el glaucoma, el asma y hasta la epilepsia. De hecho, comenta, a finales del año pasado, el mundo conoció la noticia de Charlotte Figi, una niña de siete años diagnosticada con el síndrome de Dravet, un tipo de epilepsia grave que no se puede tratar con medicamentos y que le producía hasta 300 ataques a la semana, los cuales se redujeron a dos o tres mensuales con la ingesta de aceite a base de marihuana.
En el mismo sentido, Gómez dice que no ve mal alguno en que estos pacientes empleen la marihuana para fines terapéuticos. “Se trata de una alternativa económica que les devuelve el bienestar”, sugiere. Sin embargo, hace una advertencia que poco se ha tenido en cuenta en el debate de si conviene o no un proyecto de ley que permita comercializar la hierba para uso médico: “y es que no podemos confundir las aplicaciones terapéuticas de la marihuana con una panacea a la que todos podemos acceder si nos duele algo. Detrás de cada caso debe haber una justificación médica que respalde que ya se agotaron todas las alternativas posibles para tratar al paciente”.
¿Por qué? Por un lado, el delta-9-tetrahidrocannabinol (THC), la principal sustancia activa en la marihuana y la que le da su aplicación psicoactiva, estimula la producción de dopamina, genera placer y, dependiendo de los hábitos de consumo, puede llegar a producir dependencia, como cualquier adicción, aunque con síntomas de abstinencia menores, resalta Ubier Gómez. Si bien la marihuana que se utiliza para fines médicos generalmente tiene la mínima cantidad posible de THC, algo queda de la sustancia.
De otra parte, continúa el médico, los componentes de la marihuana son muy liposolubles, es decir, se unen muy firmemente a los órganos que más grasa tienen, como el cerebro, por lo cual los pacientes que la utilizan pueden experimentar daño neuronal y reducción en su rendimiento. De hecho, resalta Gómez, en Estados Unidos se venden tabletas de dronabinol, un derivado de la marihuana utilizado para tratar las náuseas causadas por la quimioterapia en personas que no han obtenido resultados con otros medicamentos. Sin embargo, en la caja se advierte en letras mayúsculas que el paciente no puede realizar ninguna actividad que requiera ánimo vigilante. Es decir, explica el toxicólogo, se confirma que la marihuana afecta la capacidad de reacción de las personas y hasta puede llevar a cuadros psicóticos.
Por eso, Gómez advierte que solo hay evidencia clara y justificada para dos presentaciones derivadas de la marihuana y solo para tres usos médicos: en pastillas o inhalada, y para un grupo muy pequeño de pacientes con esclerosis múltiple, vómitos ocasionados por la quimioterapia y pérdida de apetito a portadores del VIH/SIDA. Ni uno más. A propósito del uso artesanal de aceite de marihuana, en ungüento o para tomar, resalta que esta presentación potencializa en extremo la absorción de la marihuana y, por tanto, sus efectos no son deseados.
Jairo Moyano, profesor clínico de la Universidad de Los Andes y médico del Departamento de Anestesia (Clínica de Dolor) de la Fundación Santa Fe, advierte que la investigación respecto al uso de este producto “está en pañales”, y que si bien agradece “el interés genuino y sincero de los políticos al problema del dolor en Colombia”, no ve con claridad que se promueva en el país un uso masivo de la marihuana para fines médicos, sencillamente porque “no hay suficiente evidencia en la literatura y no hay definido un control de calidad en el país”, como sí existe sobre tabletas con componentes derivados de la marihuana en Estados Unidos, Canadá y Europa.
Los médicos se refieren al tema con máximo cuidado. Por eso, concluye el doctor Ubier Gómez que de aprobarse un proyecto de ley como el que plantea el senador Galán, el Gobierno tendría que llevar las riendas, restringir muy bien la comercialización de los productos y las direcciones seccionales de salud de cada departamento deberán verificar que no se esté presentando un abuso de la prescripción. Palabras más, palabras menos, sería la misma reglamentación que rige para sustancias como la morfina.
3-PRODUCTORES
· Ximena Mejía es licenciada en biología y química de la ciudad de Cali. Durante más de cinco años recorrió varias zonas del Pacífico, Cauca y Putumayo donde los indígenas le enseñaron el uso terapéutico de la marihuana.
“Me fueron llegando fórmulas a su cabeza para preparar productos a base de marihuana que pudieran sanar a las personas”, cuenta. El primero fue un gel que le ayudó a varias personas con artritis y dolores musculares. Después elaboró un aceite a base de las semillas de la planta que, según cuenta, ha hecho milagros en personas como Carmen Guerrero.
Ximena es consciente de que en el país es ilegal el cultivo, uso y comercio de la marihuana y cualquiera de sus derivados, sin embargo hace parte del amplio grupo de personas que han hecho empresa con la planta para fines médicos. Su proyecto, Ecojardín, tiene un proveedor en Corinto, Cauca, que siembra la marihuana. La planta la procesan ella y su hermano en una finca a las afueras de Cali, en ollas de 80 litros.
Comercializar ha sido un problema. Por un lado, el Invima no le da un registro sanitario para sus productos y la respuesta del instituto siempre ha sido: “Comuníquese con Estupefacientes”. La influencia de la propaganda “la mata que mata” también le da cierta prevención a los posibles compradores, hasta que, según dice Ximena, recuerdan que sus abuelas almacenaban hojas secas de marihuana con alcohol en botellas para calmar sus dolores, entonces, pierden el temor de comprar, al punto que Ecojardín vende cada mes unas 2.000 unidades de sus productos en ferias de centros comerciales y a través de domicilios en ciudades colombianas y a otros países.
En el centro del país, específicamente en el municipio de Sabaneta, Antioquia, Mauricio García, del equipo de Investigación y Desarrollo de la empresa Cannalivio Botica Natural, no tiene prevención alguna de contar su historia. Según él, entre un 50 y un 80 por ciento de los colombianos se han puesto marihuana tópica para calmar algún dolor.
Su marca, con nueve años de historia, está registrada ante Cámara de Comercio de cinco países: Uruguay, Argentina, México, España y Colombia, y como Ximena, tampoco ha podido obtener un registro sanitario, e incluso hace tres meses la Policía realizó un allanamiento en su finca, “como si trataran con narcotraficantes”, recuerda.
Aún así, con la misión de romper los estigmas que existen sobre la marihuana, tiene dos líneas de productos que se venden muy bien: la fisioterapéutica y la cosmética. En la primera, sobre todo, se destaca un ungüento para el dolor y una extracción aceitosa que ha demostrado resultados, dice, hasta en pacientes con cáncer.
Para García la ley será bienvenida. Según afirma, la marihuana colombiana es una mina de oro por las aplicaciones que tiene para la salud. Solo espera que el país rompa pronto el estigma y que la producción quede en manos de colombianos, no de extranjeros que, comenta, ya tienen los ojos puestos en el país.
“Me fueron llegando fórmulas a su cabeza para preparar productos a base de marihuana que pudieran sanar a las personas”, cuenta. El primero fue un gel que le ayudó a varias personas con artritis y dolores musculares. Después elaboró un aceite a base de las semillas de la planta que, según cuenta, ha hecho milagros en personas como Carmen Guerrero.
Ximena es consciente de que en el país es ilegal el cultivo, uso y comercio de la marihuana y cualquiera de sus derivados, sin embargo hace parte del amplio grupo de personas que han hecho empresa con la planta para fines médicos. Su proyecto, Ecojardín, tiene un proveedor en Corinto, Cauca, que siembra la marihuana. La planta la procesan ella y su hermano en una finca a las afueras de Cali, en ollas de 80 litros.
Comercializar ha sido un problema. Por un lado, el Invima no le da un registro sanitario para sus productos y la respuesta del instituto siempre ha sido: “Comuníquese con Estupefacientes”. La influencia de la propaganda “la mata que mata” también le da cierta prevención a los posibles compradores, hasta que, según dice Ximena, recuerdan que sus abuelas almacenaban hojas secas de marihuana con alcohol en botellas para calmar sus dolores, entonces, pierden el temor de comprar, al punto que Ecojardín vende cada mes unas 2.000 unidades de sus productos en ferias de centros comerciales y a través de domicilios en ciudades colombianas y a otros países.
En el centro del país, específicamente en el municipio de Sabaneta, Antioquia, Mauricio García, del equipo de Investigación y Desarrollo de la empresa Cannalivio Botica Natural, no tiene prevención alguna de contar su historia. Según él, entre un 50 y un 80 por ciento de los colombianos se han puesto marihuana tópica para calmar algún dolor.
Su marca, con nueve años de historia, está registrada ante Cámara de Comercio de cinco países: Uruguay, Argentina, México, España y Colombia, y como Ximena, tampoco ha podido obtener un registro sanitario, e incluso hace tres meses la Policía realizó un allanamiento en su finca, “como si trataran con narcotraficantes”, recuerda.
Aún así, con la misión de romper los estigmas que existen sobre la marihuana, tiene dos líneas de productos que se venden muy bien: la fisioterapéutica y la cosmética. En la primera, sobre todo, se destaca un ungüento para el dolor y una extracción aceitosa que ha demostrado resultados, dice, hasta en pacientes con cáncer.
Para García la ley será bienvenida. Según afirma, la marihuana colombiana es una mina de oro por las aplicaciones que tiene para la salud. Solo espera que el país rompa pronto el estigma y que la producción quede en manos de colombianos, no de extranjeros que, comenta, ya tienen los ojos puestos en el país.
4- LIDERES DE OPINION
En cuanto el Gobierno Nacional, en cabeza del presidente Santos, dio indicios de querer apoyar la iniciativa del senador liberal Juan Manuel Galán; el procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez, polarizó el debate asegurando que “no hay ningún documento serio de la literatura científica que avale la eficacia de la marihuana para los efectos que están planteados de acuerdo al proyecto de ley', y que, si éste se aprueba, como ha ocurrido en el contexto internacional, es seña de que 'después vendrá la legalización para el consumo recreativo”.
Al respecto, John Walsh, coordinador principal para el programa de Políticas de Drogas de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (Wola), menciona que la marihuana desde un enfoque científico se plantea como un desafío que demanda romper “el circulo vicioso del prohibicionismo”, según el cual “se exige cierta acumulación de información y ensayos clínicos para utilizar la marihuana, que el propio prohibicionismo se encarga de obstaculizar”.
Según explica, a pesar de la guerra contra las drogas, la marihuana es una de las sustancias terapéuticamente activas más estudiada en la historia. De hecho, hasta la fecha, existen más de 20.000 estudios o revisiones publicadas en la literatura científica referenciando a la planta, y el interés académico está creciendo fuertemente. Mientras otras sustancias convencionalmente utilizadas, como el hydrocodone, derivado del opio, lleva algo más de 600 referencias. “Sabemos lo mismo o más sobre la marihuana que lo que sabemos sobre muchos, sino la mayoría de los farmacéuticos de prescripción, así como sabemos lo suficiente acerca de su destacable potencial médico y beneficios prácticos para entender que el desconocimiento nos debe impulsar a la investigación y no al rechazo”, concluye Walsh, y añade con firmeza que Colombia necesita legalizar la marihuana para fines terapéuticos, porque ofrecer la planta de una forma legal evitaría que pasara por las manos de delincuentes.
Daniel Mejía, director del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de Los Andes, va por la misma línea. Para él, el país necesita legalizar el consumo de la marihuana, ya que la prohibición ya demostró en más de 40 años que no puede reducir el uso problemático. En ese sentido, agrega, organizar el mercado es la alternativa, y sí, la legalización para fines terapéuticos es un primer paso.
Desde el sur del continente, Daniel Clavería, fundador de la iniciativa Cannabis Chile, dice que los colombianos deberían tener la posibilidad de elegir la marihuana para aliviar sus dolores. “Negarlo es negar el acceso a la salud”, argumenta, sobre todo considerando el déficit mundial de cuidados paliativos, ya que según explica con datos de la OMS, solo el 10 por ciento de 20 millones de pacientes que necesitan estos cuidados reciben este tipo de asistencia.
De acuerdo con Mejía, para dar este gran paso, Colombia necesitará un modelo a la colombiana. El mercado local para uso terapéutico es muy pequeño, dice, por lo tanto, será relativamente fácil de regular, y aún así, el país deberá pensar: “¿queremos que sea un mecanismo privado, como ocurre con el alcohol?, ¿quién estará facultado para prescribir?, ¿quién va a proveer?, ¿el Gobierno otorgará licencias?, ¿a quién?, ¿vamos a permitir clubes cannábicos donde los pacientes cultiven su propia marihuana?, ¿habrá expertos que monitoreen los efectos en la salud pública, la criminalidad, las rentas al microtráfico?, ¿tendrá que meterse a regular el Invima?, ¿el Minsalud hará recobros al Fosyga (Fondo de Solidaridad y Garantía)?”. Los interrogantes apenas comienzan.
Respecto a las potenciales barreras observadas en otros países, John Walsh destaca algunas frente a las que Colombia tendría que estar vigilante, como el precio, la distribución geográfica de los puntos de expendio, la limitación de las variedades disponibles, la existencia de tiempos de espera desmesurados para la habilitación y el acceso, la comunicación con los profesionales de la salud para incluir esta sustancia en el repertorio de tratamientos médicos, la ruptura del estigma prevaleciente y la desviación del producto para fines recreativos. Sin embargo, resalta, “la realidad es que la marihuana, legal o ilegalmente, puede estar en manos de todos y eso no es motivo para no dar el paso que necesita Colombia”.
Por su parte, Daniel Mejía acepta que en el proceso que adelanta Colombia aparecerán detractores, como el procurador, y tal vez surjan preguntas como ¿está preparado el país? Sin embargo, dice, si por prepararse se entiende que la señora de estrato 3 de Ibagué, por ejemplo, acepte una decisión de este tipo, Colombia nunca va a estar lista. “Somos conservadores, pero necesitamos este cambio”.
Recuerda suscribirte y recibirás nuestras publicaciones directamente en tu correo electrónico
Al respecto, John Walsh, coordinador principal para el programa de Políticas de Drogas de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (Wola), menciona que la marihuana desde un enfoque científico se plantea como un desafío que demanda romper “el circulo vicioso del prohibicionismo”, según el cual “se exige cierta acumulación de información y ensayos clínicos para utilizar la marihuana, que el propio prohibicionismo se encarga de obstaculizar”.
Según explica, a pesar de la guerra contra las drogas, la marihuana es una de las sustancias terapéuticamente activas más estudiada en la historia. De hecho, hasta la fecha, existen más de 20.000 estudios o revisiones publicadas en la literatura científica referenciando a la planta, y el interés académico está creciendo fuertemente. Mientras otras sustancias convencionalmente utilizadas, como el hydrocodone, derivado del opio, lleva algo más de 600 referencias. “Sabemos lo mismo o más sobre la marihuana que lo que sabemos sobre muchos, sino la mayoría de los farmacéuticos de prescripción, así como sabemos lo suficiente acerca de su destacable potencial médico y beneficios prácticos para entender que el desconocimiento nos debe impulsar a la investigación y no al rechazo”, concluye Walsh, y añade con firmeza que Colombia necesita legalizar la marihuana para fines terapéuticos, porque ofrecer la planta de una forma legal evitaría que pasara por las manos de delincuentes.
Daniel Mejía, director del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de Los Andes, va por la misma línea. Para él, el país necesita legalizar el consumo de la marihuana, ya que la prohibición ya demostró en más de 40 años que no puede reducir el uso problemático. En ese sentido, agrega, organizar el mercado es la alternativa, y sí, la legalización para fines terapéuticos es un primer paso.
Desde el sur del continente, Daniel Clavería, fundador de la iniciativa Cannabis Chile, dice que los colombianos deberían tener la posibilidad de elegir la marihuana para aliviar sus dolores. “Negarlo es negar el acceso a la salud”, argumenta, sobre todo considerando el déficit mundial de cuidados paliativos, ya que según explica con datos de la OMS, solo el 10 por ciento de 20 millones de pacientes que necesitan estos cuidados reciben este tipo de asistencia.
De acuerdo con Mejía, para dar este gran paso, Colombia necesitará un modelo a la colombiana. El mercado local para uso terapéutico es muy pequeño, dice, por lo tanto, será relativamente fácil de regular, y aún así, el país deberá pensar: “¿queremos que sea un mecanismo privado, como ocurre con el alcohol?, ¿quién estará facultado para prescribir?, ¿quién va a proveer?, ¿el Gobierno otorgará licencias?, ¿a quién?, ¿vamos a permitir clubes cannábicos donde los pacientes cultiven su propia marihuana?, ¿habrá expertos que monitoreen los efectos en la salud pública, la criminalidad, las rentas al microtráfico?, ¿tendrá que meterse a regular el Invima?, ¿el Minsalud hará recobros al Fosyga (Fondo de Solidaridad y Garantía)?”. Los interrogantes apenas comienzan.
Respecto a las potenciales barreras observadas en otros países, John Walsh destaca algunas frente a las que Colombia tendría que estar vigilante, como el precio, la distribución geográfica de los puntos de expendio, la limitación de las variedades disponibles, la existencia de tiempos de espera desmesurados para la habilitación y el acceso, la comunicación con los profesionales de la salud para incluir esta sustancia en el repertorio de tratamientos médicos, la ruptura del estigma prevaleciente y la desviación del producto para fines recreativos. Sin embargo, resalta, “la realidad es que la marihuana, legal o ilegalmente, puede estar en manos de todos y eso no es motivo para no dar el paso que necesita Colombia”.
Por su parte, Daniel Mejía acepta que en el proceso que adelanta Colombia aparecerán detractores, como el procurador, y tal vez surjan preguntas como ¿está preparado el país? Sin embargo, dice, si por prepararse se entiende que la señora de estrato 3 de Ibagué, por ejemplo, acepte una decisión de este tipo, Colombia nunca va a estar lista. “Somos conservadores, pero necesitamos este cambio”.
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Agradezco me informen sobre los productos a base de canabis para tratamientos de tipo neurologico. Quisiera conocer testimonios o experiencias en la curacion de problemas del sistema nervioso. algunos sintomas como la ansiedad, tic´s nerviosos, problemas de atencion y concentracion... En fin, orientacion.
ResponderEliminarSaludos,
Alvaro
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